domingo, 20 de septiembre de 2015

Los vacceos - Un pueblo guerrero

No queda clara la procedencia de los vacceos. Han sido tomados como un pueblo celta proveniente del norte de Europa. Hoy se habla más bien de una continuidad de los pueblos que habitaron la región central de la cuenca del Duero a comienzos de la Edad del Hierro.
La cuestión es que algo sucedió alrededor del siglo IV a.C. en el territorio que ocupa actualmente la
provincia de Valladolid. Los vacceos se establecieron y crearon auténticas ciudades-estado, a pesar del duro clima mesetario, sofocante en verano y gélido en invierno, a pesar del territorio inhóspito, salpicado de charcas y pantanos. Adoptaron una actitud guerrera para sobrevivir y forjaron unas armas magníficas, pues dominaron la metalurgia como pocos. Cultivaron el trigo y la cebada y comerciaron con estos productos, también con la ganadería, bovina y ovicaprina, y con la lana procedente de estas reses, que incluso utilizaron como tributo de guerra durante la conquista romana. Los bebés tenían sus sonajeros, los niños sus canicas y sus dados y los adultos disfrutaron de viandas como el lechazo y bebieron vino, cerveza e hidromiel.
Tanto sacrificio y apego a la vida no se podía desintegrar con la muerte. Los vacceos creían en la vida
de ultratumba. Claudio Eliano, un autor romano, dijo lo siguiente sobre ellos: «Los vacceos ultrajan los cadáveres de los muertos por enfermedad, y que consideran que han muerto cobarde y afeminadamente, y los entregan al fuego; pero a los que han perdido la vida en la guerra, los consideran nobles, valientes y dotados de valor y, en consecuencia, los entregan a los buitres, porque creen que éstos son animales sagrados».
Carlos Sanz Mínguez, responsable del Proyecto Pintia, de la Universidad de Valladolid, explica que los vacceos crearon «una clase guerrera aristocrática con una ética agonística o de combate muy marcada que influiría en sus ideas sociales». El buitre era concebido como «un animal psicopompo que propiciaría la llegada al ámbito celeste, lugar de residencia de la divinidad, del guerrero muerto con el máximo honor: blandiendo su propia arma».

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